Puede parecer cosa de magia, pero la verdad es que tenemos un ejemplo bastante cercano que nos hace darnos de bruces con la realidad. ¡Es más que posible! En la Ribeira Sacra llevan siglos cultivando las vides en ladera, y seguro que alguna o alguno de vosotros ha visto a personas literalmente suspendidas en la falda de la montaña, con la ayuda de un arnés, y muy cerquita del río.
Pues bien, esta forma de cultivar la uva, además de una razón, tiene también un origen. Desde que los romanos introdujesen la vid en terreno galego, la población de la Ribeira Sacra ha sacado un gran partido tanto de un clima ideal (de influencia atlántica) como del terreno, con gran relieve. Para salvar las vertiginosas pendientes hubo que localizar los viñedos en terrazas o bancales.
No es fácil, en un mundo globalizado como en el de hoy en día, hacerse un hueco y un sello distintivo en el mundo de los vinos. Cada vez son más las gentes que optan por el cultivo de la uva y elaborar caldos de una calidad abrumadora.
En este sentido, especial importancia adquiere la conservación de lo tradicional frente a lo moderno y avanzado del siglo XXI. Y es que se logra hacer un vino como el de antes, con ese sabor que perdura con el paso de los años. Hay que reivindicar un carácter propio y claramente marcado por la historia, ser valiente y reclamar un espacio de manera meritocrática.
Desafiar la gravedad, moviéndose entre las vides como pumas en la jungla no es tarea fácil, ni apta para todos los públicos. En otoño, cuando llega la vendimia, hay que redoblar el esfuerzo y sacrificarse, echándose las cajas a la espalda para trasladarlas ladera arriba, o abajo. Se trata de todo un espectáculo y supone una valiosa condición, que ha merecido la acertada denominación de “viticultura heroica” en el 2011 por parte del CERVIM, organismo internacional destinado a difundir los valores de la viticultura de montaña, que solamente podemos encontrar en el 5% del viñedo global.
No muy lejos de este paraje idílico que se asoma al río Sil, se encuentra Ponte da Boga, la bodega más antigua de esta Denominación de Origen. Data de 1898, y desde entonces ha saciado paladares de multitud de tipos y calibres. Una de las primeras bodegas industriales que se concibieron como tal en Galicia, abierta por una familia de Castro Caldelas y que tuvo un importante desarrollo comercial a lo largo del siglo XX.
En pleno siglo XXI, Ponte da Boga sigue apostando por la calidad antes que la cantidad, por el mimo a la uva y por el respeto al pasado, algo que hace que sus vinos tengan ese toque y carácter de antaño, y que le imprime características realmente especiales y únicas.
Los vinos de Ponte da Boga son el fiel reflejo del respeto al paso del tiempo. Entre el catálogo de uvas blancas, nuestra bodega se nutre especialmente de Godello y Alvariño, dos modalidades de uva monovarietal. La línea de tintos incluye el Mencía 2015, distinguido como “mejor tinto” de la D.O. de esta añada, y Capricho de Merenzao, que con su deje afrutado y su aroma especiado, triunfa allá donde pisa.