En Ponte da Boga creemos que siempre que se han de establecer diferencias entre las distintas variedades de vino, resultaoportuno definir, de una manera breve, cada tipo, para poder identificar con mayor facilidad lo que los diferencia. Así que nos ponemos a ello…
Por vino joven entendemos el que no ha tenido un proceso de envejecimiento –dada la obviedad- tras la fermentación alcohólica, fundamentalmente en barrica, pero también puede ser en otro tipo de depósitos, como las tinajas de barro. Son vinos que prácticamente entre dos y cuatro meses después de la vendimia, son aptos para su consumo. Es por ello que tienden a ser vinos del año, si se elabora donde la vendimia coincide con nuestra primavera, o del año inmediatamente anterior, en lugares donde se vendimia entre septiembre y octubre.
Debido a este proceso de elaboración tan breve, los vinos jóvenes disfrutan de un sabor más afrutado, mostrando en mayor medida las particularidades y bondades de cada tipo de uva de los que están compuestos. Las características de este tipo de vinos no solo están intrínsecamente ligadas a la manera en la que han sido elaborados, sino también con el proceso de selección de la uva.
Un vino joven ha sido concebido para beberlo en un lapso de tiempo corto, por lo que hay que darle una estructura adecuada. Dicha estructura se encuentra en los taninos y en los antocianos, ubicados en la piel y en la pepita de la uva. De cuantos más disponga el vino, mayor capacidad de guarda. Por lo tanto, para hacer un vino joven necesitaremos uvas con menor carga tánica para que el vino sea suave, y que se pueda beber casi desde el primer día. Esta variedad de uva la podemos encontrar en viñedos jóvenes, pero también en antiguas cepas si el modo de elaboración ha sido el adecuado.
Cuando hablamos de un vino crianza, estamos hablando de un tipo de vino que pasa más tiempo en barrica. Una particularidad que comparte con los vinos jóvenes, es que pueden ser blancos, rosados y tintos, aunque lo más normal es este último tipo.
La ‘crianza’ en barrica aporta sabores y olores al vino, según el tipo de material en la que éste ha sido guardado (normalmente roble francés o americano), según el nivel de tostado que se le haya dado a la madera y según la edad de la barrica. En ellas tendrán lugar una serie de procesos físico-químicos que irán ‘envejeciendo’ el vino, aportando estabilidad a su color y potenciando también su aroma.
Cabe destacar que esta variedad de vino se comercializa a partir de su tercer año de vida, después de pasar, como mínimo, un año en barrica en el caso de los tintos. El resto de tiempo envejece en botella antes de ser etiquetado. Estos vinos pueden aguantar de cinco a diez años de vida, en función de las condiciones físico-químicas del contexto en el que han sido conservados.
Por último, cuando hablamos de vinos reserva hablamos de una variedad que ha sido seleccionado por su calidad, y ha envejecido durante, por lo menos, tres años, yendo un paso más allá del crianza. De estos treinta y seis meses de envejecimiento mínimo, doce han de ser en barrica, y el resto en botella.
Por lo tanto, como hemos podido comprobar, las diferencias básicas a las que aludimos cuando hablamos de vino joven, crianza o reserva, hacemos referencia al período de envejecimiento. Si bien cada tipo de vino posee sus singularidades, lo que los hace pertenecer a cada tipología es, a grandes rasgos, la manera de envejecer.
Recordad que no hay un ningún tipo vino mejor que otro en términos generales. Cada caldo tiene su momento, y su maridaje. Todos tienen una ocasión propicia: los crianza, los reserva y los vinos jóvenes.