¿Hay una copa para cada vino?
La belleza del goce de los momentos, está en los detalles. Y para disfrutar de los placeres de un buen vino, la copa es uno de los elementos que no deberíamos dejar a la improvisación. […] Puede suceder que una errónea elección de recipiente derive en que desaprovechemos un caldo. Elegir una copa inadecuada podría esconder muchas de las virtudes del vino que estamos sirviendo a nuestros invitados y que hemos elegido con tanto cuidado. No son pocos los amantes del fruto de la vid que piensan que hay una copa para cada vino.
La experiencia de gozar vino puede venirse a bajo o enaltecerse a través de un sinfín de elementos que rodean la parafernalia de saborear un caldo. Probar una añada en condiciones, saborearla, paladearla, apreciar cada pequeño matiz que esconden meses de cuidados de las vides, podría desperdiciarse. Qué decir de las horas de trabajo de I+D para conseguir sacar lo mejor de la combinación de un suelo y una planta, o de los meses de reposo en barricas para que el zumo de la uva dé lugar a un vino gestado entre algodones y mimado por un equipo de bodegueros que busca la excelencia. Todo ese esfuerzo puede irse al traste si en el momento de que el caldo en cuestión llegue a nuestra boca no lo hace del modo idóneo.
A lo largo de siglos de viñedos dando fruto, han sido muchos los soportes que el ser humano ha elegido para albergar el líquido sagrado de Baco. Cierto es que casi cualquier copa puede acoger a un vino. Así podemos ir de las clásicas ‘cuncas de viño’ gallegas (blancas y con el borde superior muy amplio) hasta las tazas de barro, que aún siendo rústicas y quizás más rudas también servirían, por ejemplo, para ubicarnos mejor en un entorno más agreste e indómito, aportándonos la sensación de vivir una experiencia más silvestre, menos ‘domesticada’, o, cuando menos con un grado menor de elaboración y más libre. Pero, sin duda, si queremos apreciar un vino en toda su esencia, la mejor elección es: el cristal.
Cuanto más fino, transparente e incoloro sea el cristal del que esté fabricada una copa, más nos permitirá apreciar los muchos matices de color y textura que seguramente esconde el vino que estemos probando.
Copas para tintos y para blancos o rosados
Es cierto que hay copas que podríamos catalogar como genéricas, que nos permitirían disfrutar, en lo básico, de casi cualquier vino, pero si llevamos un paso más allá la elección, podremos degustar aspectos que se nos pueden estar escapando. Sería una lástima despilfarrar sabores.
Seguro que te has fijado en la cristalería que tienes en casa, las copa de vino tinto son diferentes de las que están pensadas para el vino blanco. Las segundas, acostumbran a ser más pequeñas, pero si te fijas un poco más te darás cuenta de que, en proporción, suelen tener la boca un pelín más amplia que las que dedicamos al vino tinto.
Que una copa sea abombada o alargada, con boca ancha o cerrada, influirá en cómo nos acerca a su contenido. Sin embargo, otros detalles como que cuente con pie o no, son de carácter más accesorio. Simplemente nos contextualiza por medio del diseño en un ambiente o decoración que, si bien transmite también sensaciones, éstas influyen menos en la cata en sí misma.
Así, las copas con base amplia y boca cerrada, serán un aliado ejemplar para realzar aromas. El tamaño del vaso, tipo cáliz, copón, aflautado… El grosor del cristal y el color del mismo, amén de la forma de la boca (más o menos abierta), serán claves para definir la experiencia de cada sorbo. Por ejemplo, en la apertura de la boca tendremos el secreto de la concentración de olores que emanan del delicado líquido. Lo recomendable es que pueda introducirse la nariz, pero poco más, de este modo, podremos apreciar mejor los aromas sin que se escapen.
Por cierto, llenar demasiado una copa es otro error en el que podemos incurrir. Nos impedirá captar todos los matices del caldo en cuestión. Es preferible no colmarla y henchirla más veces que perdernos toda su esencia ¿no te parece?
Copas esbeltas, pensadas para espumosos
Mención aparte merecen las copas pensadas para espumosos y champán. Suelen ser copas alargadas y aflautadas. Su figura busca ponérselo fácil a las burbujas para que suban y rompan en la superficie expandiendo aromas.
Los vinos dulces también responden a otro perfil diferente. Recipientes pequeños, en ocasiones estirados y con un poco de barriguilla a media altura, aunque también puede ser una opción interesante escoger un diseño menudo, similar a los que utilizaríamos para un licor.
¡Haz la prueba!
Como veis, llevar a la excelencia la experiencia de libar un vino tiene sus resortes también de la mano de la copa que seleccionamos para acoger el caldo.
Haced la prueba vosotros mismos. Abrid una botella de Ponte da Boga Albariño y servidla en diferentes recipientes. Otro día escoged, por ejemplo, un Capricho de Merenzao 2012 y repetid el proceso. ¿Cuál es la copa que tenéis en vuestro ajuar que os permite saborear mejor esos producto? ¿Verdad que el vaso perfecto, no es el mismo en ambos casos?