La familia de Rosa Casares Prieto ha cedido al ayuntamiento del pueblo de Teimende (Parada de Sil) una vivienda familiar que compartió espacio con la maquinaria del chocolate desde 1934 hasta los años 80. Vivienda y maquinaria formarán el museo que se abrirá, previsiblemente, el próximo año 2014.
Las máquinas de los talleres Juan Borrel de Barcelona y de la fundación Ángel García de Astorga también serán protagonistas de este futuro primer museo del chocolate.
Así mismo, se elaborarán una serie de paneles que recogerán explicaciones del proceso de creación y de las rutas comerciales que trajeron el cacao a Europa a lo largo de la historia.
Tradición familiar con olor a cacao
La familia Casares conserva abundante documentación que les permite seguir la pista de la fábrica familiar de chocolate, desde que el abuelo de Rosa Casares instaló en 1934 un molino de dos grandes piedras, tirado por una burra. Recuperó este proceso de elaboración de su hermano que fabricaba chocolate en otra casa de Teimende.
Cuando Rosa tenía 14 años, su abuelo enfermó y su padre se hizo cargo de la fábrica e introdujo la novedad de las máquinas eléctricas.
En aquel momento, el cacao era monopolio estatal y se importaba en sacos de 60 ó 65 kilos, cuyo precio (hasta los años 70) era de 50 pesetas por kilogramo y su origen Guinea. A partir de ahí Rosa conserva facturas de 1976 de sacos a 197 pesetas el kilogramo para el cacao procedente de Costa de Marfil. Posteriormente, empezó a llegar otro cacao más barato de Brasil y de Fernando Poo a 100 pesetas el kilogramo.
Fabricación de chocolate
Según cuenta Rosa, el cacao llegaba entero y había que tostarlo para luego romper la cáscara, con fuego y humo. Una vez tostado había que mondarlo, y la “cascarilla” obtenida se embolsaba en lotes de medio kilo para vender (pues se cocía con la leche del desayuno y le daba sabor a chocolate).
La semilla, una vez pelada, se pasaba por el molino, entre dos piedras en movimiento, para obtener una pasta densa que Rosa y su hermana recogían en grandes recipientes de latón donde quedaba hasta enfriar y solidificarse.
Cuando esa pasta ya estaba fría, se metía en el horno para hacerla líquida y se pasaba a la mezcladora con la harina, el azúcar y la manteca de cacao que compraban aparte en fábricas de chocolate de Ourense.
A continuación se pasaba por la “refinadora” que permitía conseguir diferentes texturas para diferentes tipos de chocolate. Con esa pasta llenaban los moldes y la aplastaban con las manos para luego colocarlos en una “tableteadora” o máquina vibradora en la que los moldes se sacudían ligeramente durante cinco minutos para asentar la pasta y eliminar burbujas.
Luego las tabletas pasaban por la nevera durante 4 horas y por el banco de madera en donde se envolvía cada tableta primero con papel de aluminio, luego con el impreso con el nombre de “Chocolates Caldelas, fabricado por industrias Casares”. Y, sobre este envoltorio, un papel celofán rojo, verde o naranja, según el tipo de chocolate.
Fuente: Europa Press