Bien es sabido que a cada vino se le atribuyen una serie de condiciones para su perfecto estado de conservación. Ahora bien, ¿cuán importante es esta variable a la hora de saborear un buen tinto o un gran blanco?
Independientemente de la estación del año en la que estemos, la localización (lugares más fríos o más cálidos) y la temperatura ambiente (si es una estancia cerrada), cada caldo tiene una temperatura de servicio distinta, la cual nos permitirá disfrutar de él en su totalidad, apreciando cada una de sus virtudes.
Cada persona tiene un paladar y una manera de apreciar el vino muy distinta, ya que las preferencias son como los colores, hay muchas y muy diversas. Desde Ponte da Boga somos plenamente conscientes de ello, pero también sabemos de buena mano cuales son las temperaturas ideales de los vinos.
Si se sirve muy frío, se ocultarán los aromas afrutados y se acentuarán los secundarios. Por lo contrario, servido a una temperatura ambiente, el alcohol prevalece sobre los aromas. Es fundamental que cuando el vino se derrame en nuestra copa, sus componentes se hallen en pleno equilibrio, para así sacarle el máximo potencial. En el caso de los vinos blancos, es en verano cuando más apetecen fríos. Si bien es así, ya que la temperatura de servicio es siempre menos que los tintos, un blanco o rosado muy frío nos refrescarán mucho cuanto más fríos, pero no resaltarán todos sus sabores.
Beber un vino no tiene nada que ver con catarlo. Frente al goce de saborear un buen vino, cuando buscamos un momento de placer, la cata tiene el objetivo de llevar ese caldo al límite, exprimiendo todas sus variantes para ‘juzgarlo’ en toda su extensión. Para esta labor, la temperatura ha de ser la recomendada según el tipo de vino, y de esta manera podremos identificar su aroma, potencia en boca, textura y demás.
Cada vino, como aportábamos antes, tiene por su cuerpo, una temperatura correcta de servicio, aquella con la que podremos apreciar todo su potencial y sus características más reseñables. El error más común es enfriar el vino hasta la saciedad, sobre todo en un congelador. Desde Ponte da Boga desaconsejamos bajo cualquier circunstancia realizar esta acción; las variaciones bruscas de temperatura no son recomendables, ya que se pierde el sabor. Lo mismo ocurre si le añadimos hielo. El rápido enfriamiento y el agua fría que se incorpora en forma líquida reduce aromas y sabores.
La forma correcta para atemperar un vino es tenerlo en una vinoteca que posea un termostato, para poder regular los grados. Pero si no disponemos de ella, existen varias formas de conservarlo de buena forma.
La mejor opción es la de la cubitera, el agua, al deshacerse el hielo, enfriará progresivamente el vino hasta llevarlo a la temperatura deseada. Otra posibilidad es la de atemperarlo en la nevera. En ambos casos, habrá que ir controlando el enfriamiento para evitar que la temperatura baje demasiado. Para realizar las comprobaciones pertinentes, existen en el mercado muchos tipos de termómetros para su medición, resultándonos así tremendamente sencillo que podamos disfrutar de un buen vino en todo su esplendor.
Por último, acercaremos una pequeña guía de las temperaturas adecuadas en función de cada tipo de vino: Tinto Reserva, ha de servirse entre 17ºC y 20ºC. Un Tinto Crianza, entre 16ºC y 18ºC. Un Blanco Crianza, entre 8ºC y 12ºC, y un champagne, entre 6ºC y 8ºC.