Como cualquier ser vivo la vid crece, se alimenta y desarrolla y muere en un espacio determinado. Espacio que le otorga a su ser una característica única y distintiva del resto. En ocasiones nombramos a la madre tierra como núcleo del que emana la vida y es que plantas y animales le deben su propia existencia. No cabe duda. La tierra, en la que se erigen las vides que ofrecen sus frutos a uno de los placeres más provechosos del ser humano, está repleta de alimento. Alberga los elementos necesarios para que puedan prosperar estos seres vivos que tanto amamos. Elementos minerales como el hierro, potasio, magnesio son lo que responsables de otorgar sus características más íntimas a los vinos. Son los que dibujan el ADN de las uvas, los culpables de las variedades cromosómicas.
La vid es diferente según el seno que la amamanta. Esta cuna puede ser más o menos profunda, ser más acuosa o seca o tener cantidades diferentes de los minerales que marcan sus cromosomas.
¿Sabrías qué es lo que la tierra otorga a los vinos?
Si nos preguntásemos por qué los vinos son más o menos tintos, más o menos aromáticos o con mayor o menor cuerpo deberíamos acudir a la enciclopedia de la madre tierra para hallar nuestras respuestas. El hierro le aporta, por ejemplo, su inconfundible estilo cromático a los vinos. El magnesio su composición o a caliza determina el aroma o tamaño de la uva.
Es fundamental, por ejemplo tener en cuenta esta profundidad del suelo, ya que significará un mayor espectro de agua o de minerales. Un terreno poco profundo será más árido, en la teoría, y haría que la planta tuviera un menor vigor ante una probable deshidratante.
Es de vital importancia para el proceso de elaboración de un vino determinar el tipo de suelo donde se cultivará la vid, puesto que como mencionamos antes de ello dependerá en gran medida los aromas, sabores y cuerpo del futuro zumo de uva. Es mucho más que eso. Le otorgará su carácter, personalidad y calidad, son matices únicos que sólo aparecerán dependiendo del terreno en el que nazca el fruto. Es decir, de nuevo su genética. La genética impuesta por la tierra. De la misma forma podríamos pensar en los seres humanos. Aquellas señas distintivas que están presentes en nuestros genes, rasgos genéticos, que han sido influidos o directamente marcados por la tierra de la que venimos.
Un suelo granítico, calizo o arenoso da lugar a un vino distinto
Suelos calizos, arcillosos, arenosos, graníticos, áridos, húmedos o fértiles son apologías que vemos a menudo en los viñedos. Unos nos dan vinos secos blancos, otros tintos con cuerpo. El ejemplo más claro de todo ello está en las tierras arcillosas. Sus vinos son rojizos finos con gran aroma, son hijos de su tierra. “De tal palo tal astilla”, que dirían.
A Ribeira Sacra, una tierra con matices propios
En el caso de la Ribeira Sacra, por ejemplo, sus vinos solamente pueden darse en sus socalcos, en esas bancadas celestiales que se asoman al Sil. Sus tierras son graníticas, arcillosas y ácidas. También las hay colmadas de cuarzos y pizarras. Son suelos asentados sobre rocas sedimentarias con una riqueza inmensa en minerales. Son rápidos quemadores de materia orgánica y son constantes sus pérdidas de nutrientes por la oxidación del agua, pero al calentarse en primavera estimulan los brotes rápidos de la vid y su absorción de los nutrientes.
Esto es lo que le otorga esa amalgama de colores, sabores y matices que están implícitos en sus genes. Son únicos de esta tierra y por ello no crecerían del mismo modo en otros terrenos y tampoco tendrían estos mismos rasgos característicos.