La uva es una fruta que se obtiene de la vid. Las podemos ver “blancas” o “negras”, y en función de eso podremos producir un vino u otro. Esta sería una descripción objetiva de la uva, la vid y el vino, pero hay una relación intrínseca entre el vino y la humanidad que es el tema que queremos tratar hoy. Como hombre y vides han avanzado parejos en su devenir por el mundo y los siglos.
La historia del vino se escribe paralelamente a la de la Historia de la Humanidad. Un camino que han recorrido de la mano, y que obligatoriamente nos lleva a muchos siglos atrás para comprender el origen del cultivo de la vid. Existen tres dioses mitológicos del vino ligados a culturas tan lejanas como Egipto, Grecia o Roma. En éstas, el cultivo de la vid era clave para entender el mundo, y el vino era considerado algo más que una simple “bebida”.
El cultivo de la vid, sin embargo, es mucho más añejo. La vid es una planta que siempre ha librado un papel fundamental en el factor económico de las sociedades orientales y occidentales. Un bien que era muy preciado para el trueque.
Se cree que la vid ya existía en la Era Terciaria. Un momento caracterizado por las increíbles glaciaciones que asolaron la Tierra, y que da cuenta de unas características más destacadas de esta planta: su resistencia. Originaria de Asia occidental y del Cáucaso, se puede datar incluso de la Prehistoria la presencia de la vid en las sociedades más antiguas. No sería, sin embargo, hasta el Neolítico cuando se encuentran las primeras referencias del cultivo de la vid por parte de los seres humanos. Un inicio del cultivo que se remontaría hasta el año 6.000 a.C., y que no sería hasta más de 3.000 años después cuando alcanzaría el auténtico desarrollo.
La primera cosecha de vino data de Súmer, en la antigua Mesopotamia, sobre el año 3.000 a.C. Un lugar que exportaría vino a los vecinos egipcios. El cultivo de la vid ubicaría su lugar idóneo en los márgenes del Nilo, caracterizados por contar con una tierra fértil, y sería precisamente el pueblo egipcio los que comenzarían la vinificación tal y como la conocemos, fermentando el mosto de vino en ánforas de barro.
Con la Antigua Grecia se inicia una etapa de esplendor
El peso del cultivo de la vid en el Viejo Continente alcanzaría su total desarrollo gracias a la llegada de la Antigua Grecia. Un momento datado alrededor del 700 a.C., en el que el vio aguado era protagonista de una sociedad que lo utilizaba en ritos religiosos y funerarios, además de en las fiestas populares.
La sed griega por el vino haría que incluso importaran variedades de vid de países cercanos. Algo que se halla documentado, y que demuestra que vinos procedentes de las actuales tierras que ocupan Palestina o el Líbano formaban parte de sus banquetes.
La adopción romana del cultivo de la uva y la inclusión de todos sus ritos como parte de su propia cultura serían claves para la evolución del vino. Una bebida que, con el nacimiento del cristianismo, alcanzaría sus máximas cotas de divinidad. Un momento que supondría, además, la clave de su expansión por medio mundo gracias a la necesidad cristiana de tener que contar con el vino para las ceremonias religiosas.
Tan solo era cuestión de tiempo que la propia religión llevase a cabo de manera inconsciente el desarrollo del cultivo del vino de la vid a lo largo y ancho del globo terráqueo. Un desarrollo que, además de por motivos religiosos, contaría con el beneplácito de las sociedades de las distintas épocas, hasta llegar al último paso del desarrollo de la vid en el mundo, con los colonos españoles llegados a Norteamérica. Desde entonces hasta hoy, es cuestión de historia. De explorar en lo más profundo de las virtudes y características de los cultivos, y experimentar hasta dar con la llave que abra las puertas del cielo, bañado de un vino de excelso color, sabor y olor.