¿Quién no ha disfrutado de un buen vino en la mejor de las compañías? En Ponte da Boga sabemos de la importancia que tiene compartir la vida, y estos momentos que nos trae, aderezado con un buen tinto o con un buen blanco.
El mundo del vino ha experimentado un amplio cambio, que ha afectado directamente a su oferta y demanda. Nuevos consumidores han aparecido, y las variables que le rodean son nuevas. Las necesidades también han cambiado, y todos los actores del ciclo de producción han de estar pendientes de dicha situación cambiante.
Hoy, el vino es un protagonista muy importante entre muchos de los sectores de la sociedad, que cuenta con un cierto simbolismo rodeado de sus ritos, su encanto y que, sin duda, se ha convertido en un elemento que comunica de cara al exterior. En Ponte da Boga entendemos que este glorioso elemento como una bebida mediante la cual las personas experimentamos, o deseamos experimentar, algo en el interior, de manera muy distinta a la que se hace catando cualquier otra bebida.
Y es que el vino se ha universalizado. Llega a todo el mundo y a todos los bolsillos. Desde los romanos hasta hoy. Desde las clases altas al proletariado. Con el paso de los siglos, el arte de elaborar vino se fue extendiendo en Francia, España, Alemania y gran parte de Gran Bretaña. En su época, se consideraba el vino como una parte importante de la alimentación diaria y la gente empezó a apreciar vinos más fuertes y de más carácter. La apreciación del vino en Europa se afianzó con la Edad Media, en parte porque beber agua todavía no era seguro, por lo que el vino era la alternativa preferida para acompañar las comidas. Al mismo tiempo, la viticultura y la vinicultura fueron avanzando gracias a la labor de los monasterios repartidos por el continente, donde nacieron algunos de los viñedos más selectos de Europa.
Durante el siglo XVI empezó a apreciarse el vino como una alternativa más refinada que la cerveza, y según se fueron diversificando las uvas, los consumidores empezaron a valorar la variación de sus hábitos de consumo, y la gente empezó a comentar las debilidades y virtudes del vino con mayor entusiasmo que en los siglos pasados.
Otro elemento que no puede pasar desapercibido para nosotros es la “deselitización” del vino. Con esto queremos decir; ha dejado de ser una bebida para las élites, y cada vez la gente está más familiarizada con los caldos. Ha dejado de concretarse como un elemento de distinción social, para pasar a ser un elemento vertebrador, tanto a nivel individual como colectivo. También apreciamos la “profesionalización” de la gente, ya que cada vez se muestra más interesada en el mundo del vino. Con lo cual, podemos encontrarnos con verdaderos expertos del vino sin necesidad de ser sumiliers.
Esto nos hace estar preparados para cualquier paladar, para no solo contentar a los más exigentes, también a los nuevos paladares o a los que no están tan familiarizados con el mundo de la enología, y sin embargo su conocimiento se eleva a la excelencia.
El vino une. Eso es algo que no podemos dejar de lado. Desde un perfil litúrgico que nos lleva a las primeras civilizaciones, el vino se enmarcaba en un simbolismo apegado a la religión. Momentos de celebración y agradecimiento a las deidades se han sucedido desde Baco (o Dionisos). Unos rituales que hoy, a modo de remanentes culturales, salpican de festividades patronales coincidentes con el fin de la vendimia: Desde Curicó hasta el Penedés. Un folclore inherente a las zonas, que se han desarrollado por y para el vino, donde el simbolismo ritual se traduce en un mix cultural, que sirve del vino como ingrediente principal. Y es que reunirse en torno a una buena conversación es algo universal.