Un buen catador de vino es aquel que sabe desentrañar el jugo fermentado en olores, sabores, texturas, colores, pero sobre todo es esa persona capaz de disfrutar y diferenciar de las infinitas variedades que existen. Un buen crítico de cine debe conocer la historia del celuloide, del director que analiza, y realizar una comparación no solo con sus películas sino con las de su género. Esto es similar a lo que debe hacer un catador de vino, comparar. Conocer las variedades de uva, los subgéneros y las clases de vino que se hacen con el fruto de la vid. Es cierto y no menos importante que los menos habituados a las catas o los principiantes deben saber que el proceso para llegar a ser un extraordinario catador es largo, por lo que deben centrarse en aprender y ante todo en disfrutar de una experiencia enriquecedora.
Para llevar a cabo esta tarea es fundamental comenzar por “beber a través de los ojos”, por visualizar el color y la textura en la copa de vino. En el momento de descorchar la botella se servirá un poco de vino en la copa y, tras agarrar esta por el tallo de esta, se inclina la copa para observar el líquido. Aquí esta primera fase visual el catador se detiene en el análisis de la nitidez, el color, las burbujas o las gotas que quedan en la superficie de la copa. Estas últimas están relacionadas con la cantidad de alcohol, con su concentración. Cuanto mayor color será mayor la intensidad por lo que es fundamental discernir este concepto ya muy arraigado desde la antigüedad.
Tras esta etapa visual el catador se centrará ahora en su sentido del olfato y comenzará a discernir los aromas primitivos que proceden de la uva y de su entorno. Aquí podrá obtener datos importantes como el terreno del que parten los frutos o la humedad o sequedad en el que se cultivaron. Continuando con esta fase olfativa se buscan datos como la graduación o la fermentación para finalizar con los de mayor dificultad. Aquí entran en juego los catadores más expertos puesto que estos últimos olores se centran en los aromas más complejos, lo que nos darán la información sobre la crianza del vino.
Una vez finalizado el proceso visual y olfativo le toca al turno al gusto. Los catadores preparan su paladar para albergar un sorbo pequeño que se suele pasar por la cavidad bucal con el objetivo de detectar los “tonos” amargos, dulces o ácidos del jugo.
Engullido el trago, queda en la boca una sensación que queda en el tiempo durante unos segundos y ayudará a consolidar la información otorgada previamente por los sentidos en sus diferentes fases. Cabe señalar que cuanto más tiempo dure en el paladar esta conjunción de sabores y sensaciones mejor será el vino y por contra cuanto menos dure peor será el producto a catar.
¿Es recomendable catar un vino en su bodega de origen?
En este sentido, muchos piensan que el lugar ideal para realizar una cata es una bodega, pero pensemos por un momento la cantidad de olores diferentes en una bodega. Esto podría entorpecer la cata, engañar o distorsionar nuestros sentidos.
Sin embargo, la cata en una bodega es una experiencia atractiva, ya que probaremos el vino directamente en el lugar en el que nació. Todo ello unido a la belleza que por sí solas tienen las bodegas, su encanto.
Por lo que es recomendable catar el vino en su bodega de origen, ya que obtendremos más datos sobre el producto que analizamos y en un entorno idílico.