Cuando deleitamos nuestros paladares con una copa de vino de la Ribeira Sacra nuestra mente se queda impregnada de un sabor a caldo afrutado, de color y aroma intenso que rezuma aires de esos terrenos escarpados que en su día explotaron los romanos.
De la misma forma, la imagen que nos viene a la cabeza, la marca de identidad de esta denominación de origen es, sin duda, la de los bancales, conocidos en Galicia como socalcos. Para los no versados en el arte del cultivo de la vid, el sistema de escalones que jalona las montañas de la Ribeira Sacra es fruto de un milenario sistema de cultivo que sirve para contener el terreno donde maduran las uvas.
Los valles que amurallan el Sil o el Miño fueron moldeados por los antiguos cosecheros creando este paisaje natural, homenajeando a los zigurat mesopotámicos, imagen de los mejores vinos de la Gallaecia romana. Estos socalcos o bancales son el rasgo distintivo de viñedos de esta zona vinícola gallega y, por lo tanto, también de Ponte da Boga.
Estamos ante terrenos de difícil acceso que necesitan de mano de obra especializada y que se llevan mal con la mecanización. Estos bancales terrenales permiten aprovechar la idoneidad de la ribeira para el cultivo de la vid y no dejan de ser ingenios humanos para luchar contra las leyes de Newton. Pero la técnica del socalco o de las terrazas de vides, según se quiera, no sólo son bellas estructuras que caracterizan nuestro paisaje vitícola, si no que reduce las pérdidas de tierra y agua por la erosión, aprovecha el calor y prevé la formación de regueros y surcos. Puede decirse que los socalcos han sido piezas claves en el desarrollo del cultivo de la vid en esta zona. Sin ellos carecería de valor el preciado fruto que guardamos en nuestras bodegas y que catan nuestros sentidos. Posiblemente no sería arriesgado aseverar que sin bancales no habría paraíso vinícola en la Ribeira Sacra .
¿Cómo se construyen los bancales?
Imaginemos ahora a los cosecheros levantando estas construcciones, estas terrazas, aparentemente sencillas. Los pasos primordiales son dos y muy sencillos:
- Se levanta un muro de contención.
- Se rellena con tierra de otros lugares.
Sin embargo, una tarea que a priori parece sencilla, puede volverse ardua si la contextualizamos en otros tiempos. Pensemos ahora en el trabajo que suponía para nuestros ancestros desplazar en cestos de mimbre y a hombros tal cantidad de tierra por una pendiente semejante. Desde luego se presume que sería una tarea dura sobre teniendo en cuenta lo escarpado del terreno.
Con todo, no sería tan duro como la labor de los obreros de Keops o Micerinos, pero igual de placentero para nuestros sentidos. Los egipcios alcanzaban la felicidad sepultados bajo esas inmensas construcciones funerarias que llamamos pirámides y nuestra cultura lo hace ahora catando este caldo afrutado que es expresión de nuestro clima atlántico. Es lo que tiene alabar a Baco y ser un tanto condescendientes con el gran Ra.
Queda clara, por tanto, la importancia de esta técnica para el trabajo de los viticultores que ha permitido durante milenios la explotación de este exquisito manjar de dioses terrenales: el vino.
En lo icónico, los socalcos o bancales son la seña de identidad de las postales turísticas de la Ribeira Sacra. A muchos nos viene a la mente la fotografía de esos escalones jalonando un paisaje con una gama cromática que ya de por sí hace apetecible el caldo que da como resultado. La gama de pigmentos es tan básica como perfecta: una base terruna, con un escenario dominado por el verde de vides, que se ve salpicado del grana y oro de las uvas.
Ahora, además de pensar el retrato de un paisaje paradisíaco delimitado físicamente por bancales, sabemos que esos pequeños muros son el cuerpo y las arterias por donde pueden fluir algunos de los vinos más valorados del mundo. Por cierto, ¿cuál es vuestro favorito entre los de Ponte da Boga?